jueves, 24 de enero de 2019


HISTORIAS DE MI PAPÁ

No recuerdo bien las fechas, pero fue en el año 1936 o 1937 cuando sucedió el hecho que me contó.
Hablaba de un mal tipo, “El Rabioso”, un personaje siniestro, que estuvo a punto de truncar su vida, y que gracias a algunas personas que le ayudaron, se escapó de sus garras.
Dicho fulano, según un escrito que he leído de Antón Briallos (Vigo 1936), dice que su apodo venía desde antiguo. Años atrás había detenido en Alcabre a un camarero afiliado a la CNT, llamado Jesús Lago Barbeiro. Cuando intentaba tomarle declaraciones, aprovechó un descuido y se escapó. El entonces Sargento Rodriguez lo persiguió, deteniéndolo más tarde. Para conducirlo al cuartel de Vigo, lo ató a la cola de su caballo y así lo llevó todo el trayecto. Precisamente, al llegar a la Puerta del Sol, el médico Waldo Gil lo interpeló desde su clínica llamándolo asesino. Se lo tuvo en cuenta y cuando lo pasearon el 27 de Agosto de 1936, fue a mearse en el en la tapia del cementerio. Por su saña en aquella ocasión se mereció el mote. Ya teniente de la Guardia Civil siguió cometiendo asesinatos para seguir haciendo honor a su mote.
Este personaje, que me vino a la memoria de las historias paternas, con la lectura de Briallos, también tenía a mi padre en su punto de mira.
El, mi padre, fue alistado por la edad que tenía, en el bando “nacional”, fue destinado, por sus habilidades mecanográficas y conocimientos, a Auditoria de Guerra. Allí llegaban todas las denuncias, que de forma revanchista hacían, de personas de Vigo. Los que estaban en ese Juzgado militar, recuerdo algunos de sus nombres, mejor dicho, apellidos eran los señores Colmeiro y Fidalgo, oficiales de complemento, y D. Luis de Vicente, Comandante de Caballería, que también eran de Vigo como mi padre y conocían a casi todo el mundo de la ciudad. Así pues, todas, o quizás algunas de las denuncias que presentaban “el rabioso” y sus allegados, de gente de bien, que solo su delito era ser de izquierdas o no comulgar con los golpistas, las “perdían” y nunca llegaban a buen término. Por esa razón, ese individuo, por llamarle de alguna forma, que por cierto se llamaba Fernando Gonzalez Rodriguez, se las tenía juradas, ya que sabía que su padre, mi abuelo, era un caracterizado socialista que ayudó con su trabajo y dinero para levantar “La Casa del Pueblo”.
Llego a tal extremo que un día lo denunció ante el Comandante Militar de la Plaza, Felipe Sanchez Rodriguez y este le llamo a su despacho, con lo que la suerte de mi padre ya estaba echada. Menos mal que siempre queda algún amigo. Esa noche mí padre se puso en contacto con D. Luis de Vicente, contándole su caso y pidiéndole que le reclamara urgentemente para Gijón, lugar donde estaba ahora destinado el Comandante.
Al día siguiente, cuando fue a ver a Felipe Sanchez, totalmente asustado, ya que ignoraba las gestiones que se habían realizado, este le dijo que se había salvado ya que tenía un telegrama diciendo que se presentará en Asturias a la mayor brevedad.   
Y así se escribe la historia, y gracias a un amigo, hoy yo puedo contar sus andanzas.

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