HISTORIAS DE MI PAPÁ
No recuerdo bien las fechas, pero
fue en el año 1936 o 1937 cuando sucedió el hecho que me contó.
Hablaba de un mal tipo, “El
Rabioso”, un personaje siniestro, que estuvo a punto de truncar su vida, y que
gracias a algunas personas que le ayudaron, se escapó de sus garras.
Dicho fulano, según un escrito
que he leído de Antón Briallos (Vigo 1936), dice que su apodo venía desde
antiguo. Años atrás había detenido en Alcabre a un camarero afiliado a la CNT,
llamado Jesús Lago Barbeiro. Cuando intentaba tomarle declaraciones, aprovechó
un descuido y se escapó. El entonces Sargento Rodriguez lo persiguió,
deteniéndolo más tarde. Para conducirlo al cuartel de Vigo, lo ató a la cola de
su caballo y así lo llevó todo el trayecto. Precisamente, al llegar a la Puerta
del Sol, el médico Waldo Gil lo interpeló desde su clínica llamándolo asesino.
Se lo tuvo en cuenta y cuando lo pasearon el 27 de Agosto de 1936, fue a mearse
en el en la tapia del cementerio. Por su saña en aquella ocasión se mereció el
mote. Ya teniente de la Guardia Civil siguió cometiendo asesinatos para seguir
haciendo honor a su mote.
Este personaje, que me vino a la
memoria de las historias paternas, con la lectura de Briallos, también tenía a
mi padre en su punto de mira.
El, mi padre, fue alistado por la
edad que tenía, en el bando “nacional”, fue destinado, por sus habilidades
mecanográficas y conocimientos, a Auditoria de Guerra. Allí llegaban todas las
denuncias, que de forma revanchista hacían, de personas de Vigo. Los que estaban
en ese Juzgado militar, recuerdo algunos de sus nombres, mejor dicho, apellidos
eran los señores Colmeiro y Fidalgo, oficiales de complemento, y D. Luis de
Vicente, Comandante de Caballería, que también eran de Vigo como mi padre y
conocían a casi todo el mundo de la ciudad. Así pues, todas, o quizás algunas
de las denuncias que presentaban “el rabioso” y sus allegados, de gente de
bien, que solo su delito era ser de izquierdas o no comulgar con los golpistas,
las “perdían” y nunca llegaban a buen término. Por esa razón, ese individuo,
por llamarle de alguna forma, que por cierto se llamaba Fernando Gonzalez
Rodriguez, se las tenía juradas, ya que sabía que su padre, mi abuelo, era un
caracterizado socialista que ayudó con su trabajo y dinero para levantar “La
Casa del Pueblo”.
Llego a tal extremo que un día lo
denunció ante el Comandante Militar de la Plaza, Felipe Sanchez Rodriguez y
este le llamo a su despacho, con lo que la suerte de mi padre ya estaba echada.
Menos mal que siempre queda algún amigo. Esa noche mí padre se puso en contacto
con D. Luis de Vicente, contándole su caso y pidiéndole que le reclamara
urgentemente para Gijón, lugar donde estaba ahora destinado el Comandante.
Al día siguiente, cuando fue a
ver a Felipe Sanchez, totalmente asustado, ya que ignoraba las gestiones que se
habían realizado, este le dijo que se había salvado ya que tenía un telegrama
diciendo que se presentará en Asturias a la mayor brevedad.
Y así se escribe la historia, y
gracias a un amigo, hoy yo puedo contar sus andanzas.